C uenta una historia de la mitología griega que Pandora, luego de casarse, recibió una tinaja cerrada de regalo con una sola instrucción: No abrirla. La ganas de saber que había dentro de la vasija la llevo a destaparla y eso hizo que escaparan todos los males. Sin embargo, aunque tardó en reaccionar, logró cerrarla a tiempo. Dejando en su interior el único bien que los Dioses habían puesto dentro de la caja. El 2020 me dejó la frase que uso de título para este escrito. Un sacerdote pronunciaba cada palabra en frente de dos seres queridos para mí, que se unían en el sacramento matrimonial. Ernesto fue el segundo de mi selecto grupo de amigos que se lanzó al agua. Eso sí, el salto al chapuzón no pudo hacerlo mejor acompañado. Aún sigo feliz al verlo dichoso junto a su compañera de vida. Seis años atrás, el mar Caribe y yo fuimos testigos del “sí, acepto” de Emilio, otro de mis queridos amigos. Siguen pasando los días y también soy feliz por saber que siguen amándose. Uno de mis he